Estuve hace un tiempo veraneando en Castell de Ferro y me gustaría mandaros un escrito que me inspiro al estar allí, simplemente os lo envío como regalo por los días tan maravillosos que estuve:

Suenan las campanas de la iglesia de la plaza, recordando a todo aquel que las escucha que ya son las 7 y media de la tarde y que, ademas, hay misa en media hora. El sol ya priva de sus rayos a algunos de los que estamos en la playa, mientras otros todavía rescatan los últimos momentos del día, antes de que su luz se esconda entre las casitas que se acercan al mar.
Todo es calma en este pequeño pueblo de la costa de Granada, donde los habitantes son originarios en su mayoría, pues todavía no ha sido del todo descubierto por masas que ya ocupan otras zonas costeras. 
Sus casitas bajas y calles estrechas y escondidas, cuyo propósito es guardar el frescor en los días mas calurosos, recuerda a las calles de su hermana mayor, Granada, y guarda la autenticidad de sitios tan propios y tradicionales como este.
En lo alto de la colina, un torreón medio derruido, identifica esta localidad del municipio de Gualchos por su singularidad. Su tarea vigía sigue viva en las piedras que aun se mantienen en pie, de lo que en su día seria un importante punto portuario, dominando bajo su colina toda la costa de esta zona.
Factura seguramente Árabe, pero probablemente adaptada a los tiempos que fueran llegando, quedando así impregnado de pinceladas de historias.
El mercadillo medieval que en estos días de Agosto se celebra en la Plaza de España, invita a sentirse uno mas en el bullicio de sus amables gentes y a contagiarse de la simpatía autóctona.  Este rincón escondido, pero abierto al Mediterráneo, deja en sus visitantes el regustillo de unas vacaciones tranquilas y familiares.
Todo ello hace de Castell de Ferro un pequeño bocadito de legitimidad y orgullo por lo precioso de nuestra tierra.

Sandra Cadavid

 13 ago 2018 19:04:49